Descripción
“La escritura de este autor conecta con esa experiencia primigenia de cuando aprendimos a juntar las letras, cuando aprendimos a leer. Su poética, con inocencia de niño y empeño de labriego, abre surcos en la hoja de papel. Limpia acequias, enciende el sol en nuestra sensibilidad y sin darnos tiempo a buscar la sombra leemos sus palabras, con sed repentina. Imantados caminan nuestros ojos por las letras y a la altura de la mollera las imágenes, los aconteceres se apoderan de nuestro ser, pero tenemos obligaciones que la vida cotidiana nos impone. Entonces sus escritos viajan apretaditos en el lugar donde se acurruca la emoción de saber que alguien escribe, como dibujando con trazo hondo lo que muchos hemos vivido. La tarea con la tierra demanda esfuerzo, compromiso con el riego y las lunas y la inspiración no tiene horario ni almanaque, es una sed que corre por las acequias y se escapa tras el vuelo de una paloma. El trabajo con la tierra amerita fidelidad, esfuerzo y conocimiento, nada está asegurado y cuando aparece el impulso de ponerle palabra a lo visto y sentido muchas veces hay que salir a levantar postes, bajar y subir compuertas, atajar los animales que no irrumpan en el surco. La porfía es un don que suelen tener los artistas y este hombre de tonada cordobesa encarrila palabras que al leerlas las sentimos nuestras.”
LUISA CALCUMIL
Y aquí, un poema de Domingo Racedo
Deuda
Mi madre tuvo muchas muertes
y la definitiva.
Desde que la conocí,
urgencia de abrigo cotidiano,
mi madre ya arrastraba varias muertes
y el país era una bola uniforme
de llantos y quejidos.
Andaba la vida de mi madre
tropezón y biaba
y su delantal mojado era seguro,
no hacía falta más para mi libertad
y miedo.
Para entonces ella
lloraba detrás de las cortinas
y creía que yo la salvaría,
que un milagro en mí
debía sacarla de la rabia.
Cuando vino la muerte,
esa muerte que es la verdadera,
iba de viaje, a salvarla,
a decirle que la vida dio milagro
y comía con pan todos los días
y no faltaba el vino
que hacía terminar en canción
la sobremesa.
Mi madre se fue sin su milagro,
mi padre la llamó
y ella siempre fue obediente.
Atadito en un pañuelo al lado de su foto
gris, vieja y desteñida, estuvo el milagro.
hasta que dolió el país
y fue una bola uniforme
de llantos y quejidos
y fracasó el milagro del pan y el vino
y acumulé otra muerte en mi haber,
con esta rabia.
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