Descripción
Leer Palabras en tránsito, personalmente, resultó en una necesidad de saber, sí, saber más sobre la llegada de mis antepasados, su cotidiano hasta hacerse parte de una tierra extraña, la Historia que nadie lee en las instituciones formales, los chismes que resultan no serlo, sino que esconden algo aún más turbio de lo imaginado. Esta es mi apreciación y si algo me gusta, es tener a mano una lectura capaz de ponerme en jaque como lectora. Quizá por eso me obsesioné (un poquito) con algunos personajes tomados de la escrita en mayúscula: Otto Skorzeny, Domingo Mercante e Isabel Ernst. Antes de la lectura desconocía totalmente sus existencias. Incluso, en un principio, creí que eran pura imaginería de María de la Cruz.
No es el caso, la dureza, templanza, rectitud o fiereza de cada perfil, cumple el rol de delinear perfectamente a cada personaje, para poner en jaque el binomio maniqueista del blanco-negro. Esto se muestra más vívido en los relatos «Moisés como su padre», «Nos veníamos salvando por los pelos», «La otra Eva». Allí el clima político empapa cada escena y encadena el devenir de las historias. Sin embargo, el contexto no se encuadra simplemente en un clima político específico, también se lo percibe en el uso de la lengua, la construcción de los personajes, las relaciones que les unen y las formas en que se mueven dentro del entramado ficcional.
En «El ausente», converge de manera perfecta lo antes mencionado: el perfil de un personaje delineado, cuya historia trunca sostiene por lo bajo otra: la historia de la infamia de 76. Porque puede no gustarte leer la gran historia, desconocerla por motu proprio, negarla (aún sucede en Argentina oír negacionista), pero es imposible, repito, imposible hacer caso omiso al relato por su dejo de cercanía y espanto.
(Fragmento del Prólogo de Diana Guerscovich)
“Yo, Isabel Elfriede Constance Ernst, dos pasos por detrás, no a su lado hombro con hombro, sino sombra de su sombra, educándola en el trato de la gente sencilla aprendido junto a Mercante; apuntadora discreta, reparadora de sus meteduras de pata y arrebatos irascibles. «La consejera, necesaria o inevitable, de la que terminó por liberarse al fin» escribirá Dujovne, apenas una de las escasas menciones que recordarán mi presencia. Porque a su regreso de Europa, ya había sido expulsada de la escena pública: yo, la amante clandestina, madre del hijo ilegítimo. Yo, la extranjera, la segundona, la otra Eva”.
(Fragmento del relato “La otra Eva”)
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